No veremos una revuelta del pan en nuestras calles. Ser parte, incluso como convidado modesto, del “club de los ganadores” nos hace sentir a salvo de hambrunas y crisis alimentarias, beneficiados por el sistema alimentario globalizado. Y sin embargo, una parte de nuestra sociedad privilegiada quiso reaccionar ante los problemas que genera ese sistema sustentado en la explotación, que concentra el poder cada vez en menos manos, genera creciente desigualdad y nos hace extremadamente vulnerables en la satisfacción de una necesidad humana fundamental, la alimentación.
En 1996, Plataforma Rural, acompañando al movimiento de La Vía Campesina a nivel mundial, impulsó un proceso de cooperación entre agricultores ecológicos y consumidores urbanos que, con el apoyo de colectivos del movimiento anti-Maastricht en Madrid, daría lugar en 1997 a la creación de los grupos autogestionados de consumo, GAK. Grupos de consumo que se configuran como espacios de militancia en lo cotidiano, organizados siguiendo principios de apoyo mutuo y autogestión y cuya articulación en red constituiría el comienzo del movimiento agroecológico en Madrid.
Pronto, otras experiencias como Bajo el Asfalto está la Huerta o Surco a Surco buscarán construir espacios de relación e intercambio al margen del mercado. El panorama fue enriqueciéndose con la Coordinadora de Grupos de Consumo agroecológico, la Iniciativa por la Soberanía Alimentaria, la Red de Huertos Urbanos, la Red Autogestionada de Consumo o redes agroecológicas de barrios, como la RAL. Su articulación con otros movimientos sociales, ecologistas, anticapitalistas o de economía solidaria, con movilizaciones en las Semanas de Lucha Social o las Semanas estatales contra los transgénicos y por la Soberanía Alimentaria, sitúan al movimiento agroecológico en el mapa de movimientos sociales de Madrid.
Asalto a las instituciones
Durante mucho tiempo, con el territorio madrileño sometido a políticas neoliberales, esos colectivos fueron espacios de resistencia desde la soberanía alimentaria, para recuperar el control social de la producción y de los canales de acceso a los alimentos. Sin embargo, la irrupción de las candidaturas populares, alimentadas por gentes de los movimientos sociales, ofrece la oportunidad de aunar esfuerzos y pensar juntas una nueva manera de interactuar con las instituciones. Así, la Red de Economía Alternativa y Solidaria (REAS), en su congreso de noviembre de 2014, elaboró la Carta por la soberanía alimentaria desde nuestros municipios.
En paralelo se abrieron espacios de debate a nivel local, y candidaturas como Ahora Madrid en la capital incorporaron en su programa medidas enfocadas hacia la economía social y sostenible, fomentando el consumo alternativo y los proyectos agroecológicos. En enero de 2015, colectivos vinculados a la agroecología crean la plataforma Madrid Agroecológico, que tiene una decidida voluntad de reclamar políticas agroecológicas que transformen el modelo de producción y consumo de alimentos en la biorregión.
No todos entran en esta dinámica; una parte de las iniciativas agroecológicas, como los colectivos autónomos que integran producción y consumo, optan por mantenerse al margen de las instituciones. Son espacios imprescindibles, con un enorme valor simbólico a pesar de su reducida dimensión, pues traducen los principios de la soberanía alimentaria en nuevos modos de organizarse, trabajar y consumir. Por su parte, quienes decidieron explorar el camino institucional, van aprendiendo sobre la marcha cómo se pasa de “co-crear” modos de gestión colectiva de recursos naturales y alimentos a asumir conscientemente un papel activo en la “coproducción” de políticas públicas.
Propuestas y realidades hasta ahora
Con las elecciones municipales (mayo 2015) llegó el “asalto institucional” y los partidos de candidaturas ciudadanas ganaron ayuntamientos u obtuvieron un lugar destacado en la oposición, que permitían abrir espacios de construcción colectiva de políticas públicas. En este nuevo contexto, Madrid Agroecológico y otras iniciativas parecidas aportaron sus propuestas, que se dividían en dos bloques: el autonómico y el municipal. A escala autonómica, con un gobierno conservador, no se ha avanzado gran cosa. La plataforma se sumó al comité de seguimiento del Plan de Desarrollo Rural, que no ha pasado de ser un espacio bastante burocrático.
A nivel municipal, en distintos territorios hay colectivos trabajando para incorporar un enfoque agroecológico a las políticas públicas. Sucede en la Sierra Norte, en Leganés, en Zarzalejo y Sierra Oeste y en el corredor del Henares. Sucede también en la ciudad de Madrid, donde las propuestas de la plataforma ya se han traducido en proyectos concretos: Madrid Agrocomposta recupera restos orgánicos y los traslada a huertas periurbanas donde se compostan y los Mercadillos agroecológicos permiten a productoras/es agroecológicas/os de las áreas periurbanas vender directamente sus productos en el centro de Madrid. También participa la plataforma en la comisión de seguimiento del Pacto de Milán y trabaja para que se pongan en marcha comedores ecológicos en escuelas infantiles de gestión municipal.
No todo ha sido un camino de rosas; aunque es pronto para hacer balance, estos meses han permitido constatar que la maquinaria institucional tiene una gran inercia, en sus lógicas y en su funcionamiento. Sortear regulaciones y normativas, que no están en absoluto pensadas desde la agroecología, ha resultado posible en el caso de “nuevos” proyectos como el agrocompostaje o los mercadillos. Para los residuos, la prueba de fuego llegará con la revisión de contratos y planes, momento crítico para reconducir la gestión hacia la economía social. Por otro lado, allá donde las demandas ciudadanas se anclan a lugares concretos, con un pasado de espacios disputados a los desarrollos urbanísticos (como la Quinta de Torre Arias o el SPA Maravillas, amenazado por un inminente desalojo), los cambios parecen ralentizarse y pueden acabar revirtiendo.
Esos espacios disputados ponen de manifiesto que los gobiernos de candidaturas populares siguen sometidos a las presiones e intereses que han venido dominando esta región durante los últimos 25 años. Entonces se hace más patente que nunca la necesidad de que en las calles siga vivo un contrapoder ciudadano, que cuestione las relaciones de poder y exija a los gobiernos que cumplan sus compromisos. Los movimientos agroecológicos entienden que la alimentación también es política y se sitúan ante la disyuntiva de seguir trabajando alternativas al margen del sistema o asumir la correspondiente dosis de responsabilidad para construir un nuevo modelo económico y social junto a las instituciones.
Plataformas como Madrid Agroecológico han optado firmemente por lo último, pero son conscientes de que es esencial mantener el pulso como movimiento social. Que se consiga o no dependerá de la capacidad de involucrar colectivos y consolidar una base social comprometida y activa.
Eso pasa por salir de los tradicionales ámbitos de influencia y por hacer llegar los mensajes a una capa más amplia de la sociedad. Es lo que pretende Madrid Agroecológico con la campaña #LoQueEscondeLaComida. En octubre estarán presentes en las fiestas populares del barrio del Pilar (Madrid), con actividades variadas que con la comida como epicentro, combinan arte y denuncia e invitan a cuestionarnos el actual sistema agroalimentario.
Artículo originalmente publicado en Diagonal.