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Por J. Sebastian Reyes Bejarano, Gustavo García López y Diego Andreucci, en conversación con Tatiana Roa Avendaño, Teresa Borasino, Marina Weinberg y Daniel Chavez

En un evento celebrado el pasado mes de junio, activistas y académicos analizaron críticamente los discursos dominantes sobre la transición energética como nuevo horizonte empresarial, como utopía verde y como mito, y los contrastaron con visiones y estrategias para la soberanía energética que surgen de las luchas de base en los sures del mundo.

El pasado mes de junio tuvo lugar en el Instituto Internacional de Estudios Sociales (ISS) en la Haya una mesa redonda sobre “Transiciones energéticas desde abajo: del colonialismo climático a la soberanía energética“. En ella, cinco académicos, activistas y artistas reflexionaron sobre las consecuencias de los modelos hegemónicos de transición energética en las poblaciones históricamente oprimidas, así como sobre las estrategias y oportunidades para superar el capitalismo colonial en el contexto de la crisis climática.

El panel estuvo formado por Tatiana Roa Avendaño, activista ambiental, educadora e investigadora de CENSAT Agua Viva Colombia, y candidata doctoral en CEDLA-Universidad de Ámsterdam; Teresa Borasino, artista visual cofundadora de Fossil Free Culture NL, un colectivo que trabaja en la intersección del arte y el activismo climático; Marina Weinberg, investigadora principal del proyecto ERC Worlds of Lithium y profesora adjunta del Instituto de Arqueología y Museo – San Pedro de Atacama (Chile), que trabaja en las dinámicas materiales, sociales y simbólicas producidas por los extractivismos del litio y el cobre en el desierto de Atacama; y Daniel Chávez, fellow y responsable principal de proyectos en el Transnational Institute de Ámsterdam, centrado en las alternativas energéticas en el Sur Global.

El moderador del evento, Gustavo García López, introdujo la mesa redonda con una reflexión sobre cómo, en la actual crisis climática, el discurso en torno a la “transición” ha sido progresivamente cooptado para convertirse en una palabra de moda del capitalismo verde. Bajo el disfraz de la transición hacia una economía más sostenible, se están llevando a cabo proyectos extractivistas, coloniales, racistas, y social y ambientalmente destructivos para permitir nuevos arreglos capitalistas en medio de la crisis climática. Estos proyectos están afectando en gran medida a las comunidades indígenas y otras comunidades rurales marginadas, mientras que benefician principalmente al consumo de las élites y a la “descarbonización” en el Norte global y otros “núcleos” industriales. Cada vez hay más pruebas de que los emprendimientos a gran escala en plantaciones de monocultivos de biocombustibles, conservación de bosques, y extracción de minerales para la construcción de baterías y otras tecnologías que se promueven como sustitutos de los combustibles fósiles, no hacen más que añadir capacidad a un régimen energético en constante expansión controlado por los mismos grandes oligopolios corporativos. Esto ha llevado a los observadores críticos a considerar que estos planes se ocupan principalmente de preservar el privilegio de la clase blanca y capitalista frente a los trastornos inducidos por el clima, en lugar de “salvar el planeta”.

Al mismo tiempo, en las líneas de frente de las nuevas fronteras extractivas, les indígenas, campesinos, negras y mulatas, así como las organizaciones de base y movimientos transformadores de justicia social y climática, ocupan y resignifican el espacio discursivo-político de las “transiciones”. En el centro de las luchas de estas poblaciones están las propuestas de una transición verdaderamente anticapitalista y anticolonial. Surgen preguntas sobre quién lidera, quién se beneficia y quién sufre con las actuales tendencias de transición energética, y qué tipo de transformación radical, justa, liberadora, descolonizadora e interseccional puede surgir de las luchas de base en medio de la crisis ecológica.

Participantes de la mesa, de izquierda a derecha: Gustavo García López, Daniel Chávez, Marina Weinberg, Teresa Borasino, y Tatiana Roa Avendaño

Para abordar estas cuestiones, se pidió a los ponentes que debatieran las críticas a los discursos y planes de transición energética dominantes, así como las visiones y estrategias alternativas para la soberanía energética que surgen de las luchas de base.

La transición energética como espectáculo global: la transición como horizonte empresarial, utopía verde y mito  

Durante la primera ronda de intervenciones, los ponentes sugirieron una idea central: en los discursos dominantes sobre las políticas climáticas, la “transición energética” es presentada como un espectáculo. Los informes de las organizaciones e instituciones internacionales, y las recomendaciones para políticos y gobiernos, resuenan en todo el mundo afirmando la necesidad de pasar de los combustibles fósiles a las fuentes de energía “renovables” para hacer frente al cambio climático. La transición se ha presentado como una prioridad para los países de la Comunidad Europea, Estados Unidos y China, y se impone discursivamente como una preocupación global. Conceptos como innovación, mercados verdes, nuevas tecnologías y energías renovables forman parte del conjunto tecnocrático de soluciones a la crisis que las empresas están llamadas a liderar y aplicar.

Al abordar la transición energética como un espectáculo global sostenido a través de discursos e imaginarios de lo que debería ser la transición, se propusieron tres categorías analíticas: La transición energética como nuevo horizonte empresarial, como utopía verde y como mito. La categoría “transición energética como horizonte de negocio”, propuesta por Tatiana Roa Avendaño, indica que los discursos y planes dominantes para la transición no cuestionan el modelo de acumulación y la matriz energética en la que se basa la sociedad occidental actual. Por lo tanto, la transición energética abre una nueva frontera de extracción y acumulación a través de la cual el capital puede expandirse mediante el desarrollo de nuevos negocios. Esto implica que las corporaciones internacionales deben asegurar los materiales necesarios para la transición invirtiendo en proyectos a gran escala en sectores como la minería, los agrocombustibles, las energías renovables no convencionales o la llamada economía verde.

Este tipo de proyectos a gran escala han sido retados, principalmente en el Sur Global, ya que causan acaparamiento de tierras y agua, y no resuelven los problemas de acceso a la energía de las comunidades locales. Casos como los parques eólicos en Oaxaca – México, o los proyectos de energías renovables en La Guajira -Colombia, ejemplifican los impactos y conflictos que provocan estos proyectos. La expansión sobre los nuevos horizontes de negocio se legitima invisibilizando estas consecuencias sobre comunidades, ecosistemas y territorios, como sugirió Teresa Borasino.

La legitimación a través de la invisibilización también se observa en la categoría de “transición energética como utopía verde”, propuesta por Marina Weinberg. Esta categoría enfoca en los imaginarios y discursos hegemónicos en torno al pasado, el presente y el futuro en los planes de transición dominantes. Weinberg criticó la comprensión unívoca y lineal de la historia en dichos planes, en los que el espectáculo en torno a la descarbonización promete el sueño del “edén terrenal de la neutralidad climática”. La propia noción de plan, que infiere la existencia de un futuro conocido, no reconoce que no habrá futuro para millones de personas que sufren las consecuencias directas tanto del cambio climático como de la degradación de los ecosistemas por las nuevas olas de extractivismo (verde).

Una propiedad privada para la extracción de litio en el desierto de Atacama. Fuente: Foto de Marina Weinberg.

En estos planes de transición dominantes, la “utopía verde” se alcanzará en aquellos países donde se concentren el poder industrial y la tecnología. En consecuencia, el mundo entero se convierte en la despensa de donde se extraen los recursos para hacer posible la quimera tecnológica. Mientras que las soluciones tecnológicas y el crecimiento económico ininterrumpido en el norte global se consideran esenciales para lograr la utopía verde, las regiones de las que se extraen los recursos para la transición sufren una creciente desigualdad, desposesión y la destrucción de los ecosistemas que sustentan la vida. Estas regiones de extracción se consideran “laboratorios” en la fase inicial de la transición, como en el caso de las ecologías desérticas del norte de Chile, donde las características físicas del espacio, como la abundante radiación solar, lo convierten en un objetivo para evaluar el desarrollo de nuevas empresas energéticas, incluida la minería del litio.

Por último, la categoría “la transición energética como mito”, propuesta por Daniel Chávez, permite comprender cómo los discursos espectaculares de las organizaciones internacionales -que afirman con optimismo que la transición energética se está logrando o que ya se ha iniciado y sólo hay que acelerarla- se convierten en una herramienta que desmoviliza las críticas y las acciones de los académicos y los activistas ambientales, que presionan por una transición energética real y socialmente justa. Un reciente informe publicado por el TNI con Sindicatos por la Democracia Energética (Trade Unions for Energy Democracy – TUED) sostiene que no existe una verdadera transición energética, sino una expansión energética: las renovables se añaden a la creciente capacidad de los combustibles fósiles, no la sustituyen. El mito niega que la mayor parte del consumo energético mundial aún proviene de los combustibles fósiles. Además, las empresas transnacionales responsables de las emisiones están cooptando conceptos como el de transición energética justa para seguir sacando provecho de las crisis que se avecinan, sin asumir una responsabilidad seria para cambiar sus fuentes de energía.

En conclusión, las tres categorías presentadas dibujan un oscuro panorama de las tendencias dominantes en la transición energética. Como sugirió Tatiana Roa Avendaño, los discursos de la transición no cuestionan el carácter capitalista, antidemocrático y patriarcal del actual modelo energético. Para les panelistas, no habrá transición democrática y justa sin cuestionar las formas en que nuestra economía se basa en los combustibles fósiles y la forma en que la naturaleza bajo el capitalismo es tratada como una entidad separada y un mero objeto de explotación.

Energía y extractivismo, complejidades y vías hacia una transición justa

En la segunda parte del debate, les ponentes reflexionaron sobre las estrategias para impulsar transiciones alternativas desde abajo. Expresaron diferentes perspectivas y posicionamientos basados en la investigación, la vida y las experiencias activistas, lo que permitió que surgieran ideas complementarias en los debates.

Arte de Angie Vanessita para Oil Watch.

Tatiana Roa Avendaño presentó la propuesta de “dejar el petróleo en el suelo” avanzada por OilWatch. Esta idea proviene de ontologías indígenas que cuestionan la racionalidad instrumental en la relación con la naturaleza, y atribuyen otros valores a los componentes ecosistémicos. Un ejemplo es el caso de la comunidad U’wa de Colombia, que se movilizó contra la explotación petrolera de la multinacional Occidental Petroleum Company, argumentando que el petróleo es la sangre de la Madre Tierra y, por tanto, debe permanecer en su espacio sagrado. Estas ontologías han llevado a muchas comunidades a movilizarse contra los proyectos extractivos en América Latina, África y otras regiones, en diálogo con otras perspectivas campesinas y urbanas en torno a las luchas locales por la justicia medioambiental y el acceso a los recursos naturales.

Asimismo, propuestas como la soberanía energética, que se relaciona con la idea de la soberanía alimentaria, surgen como una alternativa para fortalecer las estrategias de producción energética local relacionadas con procesos autónomos: una transición justa de y para el pueblo. Es el caso de las perspectivas que buscan superar la dicotomía Naturaleza/Sociedad, y las que buscan garantizar que la producción se oriente a sostener la vida, y no a satisfacer la creciente demanda energética de los sectores extractivos e industriales. Desde estas perspectivas, surgen ontologías alternativas relacionadas con la agricultura tradicional, que sugieren que la energía puede ser cosechada del sol, del agua e incluso de los seres humanos a través de las relaciones comunitarias. Más ampliamente, las organizaciones y movimientos de base han propuesto nuevos paradigmas sociales en torno a la transición energética orientados a lo que han llamado las cinco D: despotenciar, desprivatizar, descentralizar, desconcentrar y descomercializar. Roa Avendaño señaló la importancia de los procesos organizativos intersectoriales que reúnen a trabajadores, indígenas, educadores, jóvenes, mujeres y ambientalistas para avanzar en esta transición energética alternativa, como la Mesa Social Minero-Energética y Ambiental y la Alianza Colombia Libre de Fracking.

Estas ideas fueron debatidas por Daniel Chávez, quien reconoció la relevancia de los procesos locales y las iniciativas de base que buscan fortalecer la gestión colectiva de la energía, como las cooperativas. Sin embargo, argumentó que la escala y la urgencia de las medidas que deben tomarse para evitar la catástrofe climática provocada por los combustibles fósiles implican transformaciones masivas en el sistema energético global, y para ello, el Estado debe jugar un papel de liderazgo a través de la promoción de la propiedad pública de la energía. Hay que esforzarse por poner en práctica lo que denominó “la vía pública: el cambio radical hacia la propiedad pública y social” en el marco del fracaso de los enfoques neoliberales y de mercado en el sector energético.

Informe del TNI que analiza la creciente tendencia a la (re)municipalización de los servicios públicos en todo el mundo, incluida la energía. Fuente: TNI

Marina Weinberg propuso un cambio en el debate: Mientras crece la movilización social contra el extractivismo, muchas comunidades donde se implementan proyectos extractivos han desarrollado no sólo una dependencia material de estas actividades, sino también una identidad que les permite reconocerse colectivamente en medio de la exclusión. Este es el caso del norte de Chile, que ha sido llamado un “país genéticamente minero”, con una larga historia de extracción de sus enormes yacimientos minerales. Esta trampa lleva a la imposibilidad de pensar en alternativas menos dañinas. Weinberg sugirió que el extractivismo ha funcionado de manera tan profunda que hay un nivel celular en el que está instalado, convirtiéndose en una forma de vida y de pertenencia nacional. En consecuencia, cualquier estrategia hacia una transición energética que pretenda superar el extractivismo debe abordar esta complejidad, entendiendo sus paradojas y alejándose de las comprensiones lineales o unívocas del problema, que es mucho más profundo que un cambio en la matriz energética y se enfrenta a la falta de estrategias alternativas de subsistencia.

En este sentido, los participantes destacaron la relevancia del arte y la cultura para trabajar en este nivel celular del régimen energético global, que actúa no sólo sobre las comunidades que viven en las regiones extractivas, sino también en el consumismo de la vida cotidiana en las zonas urbanas. Las luchas contra las estrategias ideológicas que legitiman el régimen energético global deben utilizar un pluriverso de formas de resistencia, incluyendo ceremonias, rituales, ciencia y arte para transformar las subjetividades, como sugirió Teresa Borasino. Como ejemplo, Borasino mostró un vídeo de la performance “Keep Dancing” de Fossil Free NL, que conmemoró en el Museo de la Ciencia NEMO de Ámsterdam en noviembre de 2020 a los Nueve Ogoni asesinados en Nigeria por su resistencia contra Shell, al tiempo que denunciaba el “lavado de arte” de Shell mediante el patrocinio de museos e instituciones culturales. Borasino destacó que las visiones alternativas ya están aquí, han vivido durante miles de años en lo que Occidente llama el Sur global. Lo que necesitamos es hacer que esas visiones sean “afectivas”, que se puedan sentir, y descolonizar nuestras formas de comunicar, no sólo para mostrar sino para encarnar: la visión habla a los ojos, pero también podríamos promulgar prácticas que atiendan a los sonidos, los olores y los sabores.

Fotograma del vídeo “Keep dancing” de FFC. La cita es del activista ogoni asesinado Ken Saro-Wiwa. Fuente: Youtube

Todes les participantes destacaron el papel crucial de los movimientos feministas en la construcción de nuevas subjetividades y estrategias colectivas. El movimiento feminista ha insistido en que lo personal es político, y que la energía es vida, fluye a través de los cuerpos y las subjetividades, y ayuda a estructurar las personas y las naciones. Así, para que la transición energética tenga éxito, debe poner la vida en el centro, reconociendo los límites del planeta y nuestras relaciones de ecodependencia e interdependencia.

Bailando la tragedia

Antes de terminar, Gustavo García-López presentó “This is not America“, un vídeo musical producido por el artista puertorriqueño René Pérez, conocido como “Residente” (antes en Calle 13).  El vídeo muestra parte de la historia y las tensiones creadas por el extractivismo colonial en América Latina, y cómo, en medio de las luchas de liberación, los llamados colonizados dóciles han sido capaces de crear espacios para “bailar la tragedia”. “Pero no somos dóciles, ni colonizados: ¡Que viva Puerto Rico libre! ¡Que viva América Latina libre!

Un silencio atento se apoderó del auditorio mientras el vídeo musical mostraba imágenes impactantes de calles convertidas en campos de batalla. De repente, la sala se llenó de imágenes de gases lacrimógenos y represión policial, y de humo de la selva amazónica en llamas, pero también de la resistencia de indígenas, campesinas, estudiantes y barrios de América Latina, que insisten en bailar la tragedia. Fue el mejor final posible para un debate que abordó los escenarios más oscuros del capitalismo colonial y patriarcal, pero también la lucha por una transición justa hacia un mundo más equitativo centrado en la vida.

Tras la apreciación del vídeo, se abrió una ronda de preguntas e intervenciones a les asistentes. A continuación se invitó al Butterfly, el encantador bar del ISS, propiedad de Sandy, una mujer amable y carismática que organizó bebidas y aperitivos para compartir un momento informal para continuar el debate y conocerse en un espacio de convivencia. Después de tan apasionantes debates, que pusieron de manifiesto la importancia de la rebeldía en el ámbito académico, político y artístico, la jornada no podía terminar sin un ritual latinoamericano. Al caer la noche, el bar fue tomado por los ritmos de la cumbia, la salsa, el reggaetón y el vallenato, llevando a les participantes de la mesa redonda y a otres visitantes a fundirse en un alegre ritual de baile y canto por otros mundos posibles.


Sebastián Reyes-Bejarano es investigador de doctorado en el Centro de Investigación y Documentación Latinoamericana (CEDLA) de la Universidad de Ámsterdam, y miembro del proyecto River Commons, de la Universidad de Wageningen. Su investigación se centra en los conflictos en torno a las transformaciones del paisaje fluvial en el marco de la actual crisis ambiental global, y en las iniciativas alternativas de cogestión que surgen en medio de los procesos de comunalidad desarrollados por los movimientos agrarios movilizados por la justicia ambiental y del agua en los Andes centrales de Colombia.

Gustavo García López es investigador del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra y miembro del colectivo editorial de Entornos Indisciplinados.  

Diego Andreucci es investigador postdoctoral en la Universidad de Barcelona, y miembro del colectivo editorial de Entornos Indisciplinados. @diegoandreucci

Cover image: Arte “Selva vs Petróleo” de Angie Vanessita para Oil Watch.