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Por Marien González Hidalgo, en conversación con Joám Evans Pim y Pablo Reyes Huenchumán.

Esta semana se celebra el día internacional de la lucha contra los monocultivos de árboles. En 2004, se declaró el día 21 de septiembre como el día en que organizaciones, comunidades y movimientos celebran la resistencia y alzan sus voces para exigir que se detenga la expansión de las plantaciones industriales de árboles. Este día fue declarado durante un encuentro de una red comunitaria que lucha contra las plantaciones industriales de árboles en Brasil. Se eligió el 21 de septiembre porque en esa fecha Brasil celebra el Día del Árbol.

En solidaridad con la resistencia diaria de las comunidades locales enfrentadas a la expansión de estos monocultivos, desde Undisciplined Environments publicamos dos entrevistas (en inglés y castellano) a activistas y líderes de movimientos de resistencia en sus respectivos territorios. Más abajo, publicamos la primera entrevista, a Joám Evans Pim, un activista liderando un movimiento de des-eucaliptización en los montes comunales gallegos. En la segunda entrevista, que se publicará este jueves 21 de septiembre, hablamos con Pablo Reyes Huenchumán, un activista y líder Mapuche recuperando tierras ocupadas por una gran empresa forestal en el territorio Mapuche en Chile.

A pesar de las enormes diferencias de los territorios y los movimientos, ambos están conectados por la imposición de un modelo capitalista y colonial basado en la extracción forestal, por encima de los derechos y sentires de comunidades humanas y no-humanas. Y, también, los dos territorios están conectados por la presencia de comunidades de base que, como muchas otras, buscan ejercer la soberanía forestal: donde el territorio, las decisiones comunitarias, la historia y la dignidad tengan espacio más allá del avance del capitalismo verde.

Día Internacional del Lucha contra los Monoculitvos de Árboles. Fuente: wrm.org.uy

Entrevista a Joám Evans Pim: Ejerciendo la soberanía forestal desde Froxán, Galicia

Hablamos con Joám Evans Pim, vecino del lugar de Froxán (Lousame, Galicia), dónde en 2018 se inició el proyecto de voluntariado ambiental de las “Brigadas Deseucaliptizadoras”. Conversamos sobre las implicaciones de los monocultivos de árboles a nivel territorial, así como de las resistencias y alternativas locales.

Desde 2004, el 21 de septiembre se celebra el Día Internacional de Lucha contra los Monocultivos de Árboles”, con la intención de denunciar, al menos una vez al año, cómo la producción industrial de árboles a gran escala amenaza la soberanía de comunidades y pueblos. ¿Cuales dirías que son los principales impactos del modelo forestal basado en plantaciones para vuestro territorio?

JEP: En Galicia los monocultivos de eucalipto ocupan ya medio millón de hectáreas, un tercio del arbolado del país, cifra que aumenta constantemente. Estas plantaciones, destinadas a producir madera de bajo coste para la industria papelera, desplazan el bosque nativo, ocupan ilegalmente tierras agrarias de cultivo o ganadería extensiva y amenazan la integridad y bienestar de las comunidades por el aumento de riesgo de incendios, la afectación a manantiales y la destrucción de la identidad, íntimamente relacionada con un paisaje ancestral. Durante mucho tiempo los monocultivos de eucalipto aplicaron desbroces químicos con herbicidas creando eriales tóxicos en los que los suelos prácticamente han desaparecido por los arrastres y que, ante el cambio climático, suponen un primer paso hacia la desertificación.

Desde tu mirada, ¿Qué factores motivan/ayudan a que se mantenga el modelo forestal basado en plantaciones?

JEP: En los años 1950 la dictadura del General Franco decide instalar en Galicia una planta de celulosa, en la ría de Pontevedra. El establecimiento de la Empresa Nacional de Celulosas (ENCE) genera una demanda cada vez mayor de materia prima, en un contexto de usurpación por parte del Estado fascista de los montes en mano común de las comunidades, a través del Patrimonio Forestal del Estado. La reforestación forzosa de la dictadura deja detrás de sí un paisaje que poco tiene que ver con el anterior sistema agro-silvo-pastoral milenar, y ENCE se convierte en el más importante lobby que condiciona las decisiones en política forestal hasta hoy. Esto lo ilustra, por ejemplo, la negativa tanto del Gobierno de Madrid como del Tribunal Supremo de incluir al eucalipto en el catálogo de especies exóticas invasoras, a pesar del contundente dictamen del Comité Científico del Ministerio para la Transición Ecológica que indicaba la necesidad de catalogarlo como tal.

Por otra parte, a nivel social se fomentó durante décadas un imaginario que correlaciona eucalipto con progreso y dinero fácil, lo que lleva a que muchos pequeños propietarios agrarios continúen apostando por plantar eucalipto incluso en circunstancias en las que la rentabilidad es negativa (tamaño muy reducido de parcelas, terrenos escarpados y sin acceso, etc.), de modo que en la práctica están subsidiando la producción pastera con sus propios ahorros, y no al revés.

Finalmente, el declive demográfico del rural con emigración a las ciudades y extranjero, fomenta el abandono y el fenómeno de los propietarios ausentes, lo que bien por la expansión espontánea de eucaliptos tras los incendios o bien por su plantación por estos propietarios fomenta el aumento exponencial de la presencia de esta especie.

Trabajo de voluntariado para eliminación de eucaliptos. Fuente: Brigadas Deseucaliptizadoras.

Este día no solo es para denunciar los impactos, sino también para visibilizar la resistencia cotidiana de las comunidades afectadas por las plantaciones de árboles. ¿Cómo se organizan desde para afrontar las implicaciones de este modelo, y ganar espacios de soberanía?

Las comunidades rurales se enfrentan al riesgo de incendios cada verano, generando una enorme ansiedad y un riesgo permanente causado por plantaciones que sólo benefician realmente a la gran industria. En Froxán hubo un devastador incendio en 2006 y en 2016 se repitió en condiciones similares (en ese último caso, provocado en el contexto de un conflicto con una empresa minera). A partir de ese año se empezaron a organizar acciones de voluntariado para recuperar el bosque autóctono y zonas húmedas, creando cortafuegos verdes. Con esa experiencia previa y tras la ola de incendios de finales de 2017 se creó un proyecto de voluntariado ambiental a mayor escala: las Brigadas Deseucaliptizadoras.

Empezamos en abril de 2018 con 40 voluntarias y 5 años después hay casi 1.400 brigadistas inscritas, con intervenciones todos los meses en distintos puntos del territorio gallego. En Froxán se ha eliminado el eucalipto de la mayor parte del monte vecinal y también en tierras privadas, mientras que en toda Galicia las intervenciones han trabajado en unas 1.000 hectáreas. Es un proyecto que ayuda a aquellas comunidades que quieren eliminar eucalipto y otras especies exóticas invasoras a recuperar esos territorios a favor de los hábitats nativos resilientes al fuego pero que también ha provocado un despertar social sobre esta problemática.

Durante las jornadas de trabajo, que llamamos “rogas”, talamos y cortamos árboles grandes, arrancamos pequeños brotes de eucalipto o acacia, descascamos tocones y cortezas del eucalipto, plantamos especies nativas y también intercambiamos saberes sobre técnicas, especies, desafíos, etc. Y tienen una parte de convivio y creación de comunidad y redes, el “albaroque”, marcado por una comida colectiva de todas las participantes. El modelo ha tenido muy buena recepción y desde 2022 también se está usando en Portugal, donde ya se han creado también Brigadas Deseucaliptizadoras. Recientemente se han creado nuevos materiales educativos, incluyendo videotutoriales y materiales didácticos.

¿Cuales son sus mayores desafíos en esta lucha/resistencia?

El principal desafío es el de la escala del problema. Aunque cada vez hay más comunidades concienciadas y activas para poner freno a la eucaliptización y a otras especies exóticas invasoras (como la acacia), la dimensión del daño hecho requerirá un esfuerzo a lo largo de varias generaciones. Si bien los cambios en el paisaje son perceptibles en aquellos lugares que están siendo persistentes en la lucha, somos conscientes que esta debe continuar durante décadas, y que sólo nuestras hijas o nietas podrán completar algún día el trabajo iniciado. También nos preocupa cómo el cambio climático está afectando a nuestros ecosistemas, haciéndolos más vulnerables a la sequía y los incendios, dificultando los procesos de restauración y regeneración.

 ¿Y, cuales son las principales motivaciones que ayudan a sostener este trabajo? ¿Qué es lo que ayuda a resistir/luchar contra el sistema que impone y busca expandir monocultivos de árboles en el territorio?

Se trata de una lucha alimentada por la vida y la dignidad. Los monocultivos nos matan, porque causan incendios devastadores que ya han causado muchos cientos de muertes en Galicia y Portugal. Pero también nos matan por dentro, destruyendo nuestra identidad que tiene su espejo en el territorio. Pero nos gusta decir que debajo del eucaliptal está la “carballeira” (el robledal, como símbolo del bosque nativo). Esto es así sobre el terreno, porque muchas veces por debajo de las plantaciones de eucalipto se esfuerzan por retomar su espacio los robles y otras especies nativas, que con las intervenciones de deseucaliptización ayudamos a crecer. Pero también en un plano simbólico, porque el robledal simboliza de alguna forma el vínculo de las comunidades con su entorno que emerge de nuevo entre el eucaliptal introducido por la modernidad capitalista. Y tras esa idea de resistencia y lucha se han juntado miles de personas y cientos de comunidades, tanto en las Brigadas Deseucaliptizadoras como en muchas otras iniciativas de base.

¿Cuales creen que son las medidas concretas desde la institucionalidad que se podrían tomar para que se pusiera el derecho a decidir de los pueblos en el centro (más allá de los intereses de grandes capitales) con respecto a las políticas forestales?

Las administraciones públicas se han esforzado durante los dos últimos siglos, desde el inicio del estado liberal, en extinguir las tierras comunitarias. A pesar de haber perdido enormes superficies, en Galicia existen todavía más de 700.000 hectáreas de tierras comunitarias gestionadas por más de 3.000 comunidades de montes vecinales en mano común bajo el régimen de la asamblea de personas comuneras. La persistencia de esta forma de propiedad comunitaria ancestral resulta insoportable para la institucionalidad, que continúa haciendo todo lo posible para reducirla a la nada, por ejemplo, permitiendo cesiones a muy largo plazo que rompen los vínculos entre comunidad y territorio, legitimando las usurpaciones que continúan hasta nuestros días o forzando todavía más un modelo mercantilizador de las comunidades de montes que las reduce a meras productoras de materia prima forestal de bajo coste. En síntesis, esto pasa por transferir su propiedad o gestión a manos privadas y fomentando el desierto demográfico del rural como enorme territorio de sacrificio que sufre enormes impactos ambientales y sociales para maximizar el lucro extractivista. Acabar con esta amenaza sería un enorme paso para garantizar la soberanía de las comunidades sobre sus territorios.

Trabajo de voluntariado para eliminación de eucaliptos. Fuente: Brigadas Deseucaliptizadoras.

¿Cómo se imaginan o sueñan un futuro de “soberanía forestal”- es decir, donde sea la gente que vive de y en la tierra – indígenas, campesinos, trabajadores- la tenga el poder de decidir en materia forestal (y territorial)- en el territorio?

Cuando en Galicia, durante los años 1970 y 1980 las Comunidades de Montes en Mano Común recuperaron la propiedad de las tierras que les habían sido robadas en los años 1940, lo hicieron de forma parcial y con una normativa que las empujaba a continuar con un productivismo forestal que era ajeno al sistema agro-silvo-pastoral previo. Muchos de los actuales problemas ecológicos como los incendios, la pérdida de suelos y el propio abandono rural tienen que ver con la desarticulación de este sistema, siendo imposible una gestión sostenible del territorio que no incorpore estos elementos. La soberanía forestal pasa por librarse del yugo del productivismo que sólo beneficia al gran capital a costa de comprometer la seguridad, el bienestar, la vida y la dignidad de las comunidades. La gestión del territorio por y para las comunidades debe estar al servicio de su bienestar y fomentar el retorno de población al rural, lo que los monocultivos nunca han conseguido ni conseguirán porque se basan en la creación y ampliación de sus zonas de sacrificio.

Marien González-Hidalgo es investigadora asociada a la División de Desarrollo Rural de la Universidad Sueca de Ciencias Agrarias (SLU).

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