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by Emiliano Teran Mantovani

Pödelwitz, el pequeño pueblo alemán donde se realizó el Segundo Campamento por la Acción Climática, es propiamente una aldea global. Cadenas internacionales del carbón, cambio climático y luchas ambientalistas se expresan en este poblado, y sirven para reflexionar sobre la globalidad del extractivismo.*

El Campamento del Clima y la Escuela de Verano del Decrecimiento 2019

En el verano pasado (del 3 al 12 de agosto) se realizó el segundo Campamento por la Acción Climática en Pödelwitz, a unos 30 kms al sur de Leipzig, en la Sajonia alemana, lo que también acobijó a la quinta Escuela de Verano del Decrecimiento.

Estos campamentos, que se inscriben en una ya larga tradición de lucha libertaria y autonomista del activismo contemporáneo, tienen más de 10 años realizándose en varios lugares del Norte Global, y son espacios pedagógicos de encuentro y organización para la acción directa, en relación al dramático asunto del cambio climático.

¿Qué estrategias de lucha se pueden impulsar para incidir directamente en el freno a la expansión del uso de los combustibles fósiles? ¿Qué nuevos discursos sobre el ambiente emergen y cómo abordarlos? ¿Cómo confrontar el auge de la extrema derecha, negacionista del cambio climático? ¿A qué discursos y estrategias apelan? ¿Qué rol juegan las economías y movimientos en el Sur Global? ¿Cómo construir economías solidarias y para la vida, desde abajo? Estos fueron varios de los temas generales debatidos en el campamento, en el cual se encontraron unas 1.000 personas de diversas partes de Europa y otros continentes.

En el marco de las actividades de la Escuela de Verano del Decrecimiento, había sido invitado para participar en una mesa sobre “pueblos en resistencia”, relacionada con las luchas contra el extractivismo y por la justicia climática. En ella estuvo también el activista alemán contra la minería de carbón en Pödelwitz, Jens Hausner, y Mai Jebing, otra activista de Indonesia afectada por este tipo de minería y compañera de la Red Oilwatch, a la que también pertenezco.

Se trataba, como de hecho lo fue, de una experiencia muy interesante, pues suponía para mí, que provengo del activismo latinoamericano vinculado a las luchas en defensa de los territorios y contra el extractivismo, compartir de lleno con el activismo ecologista europeo; interactuar con sus tradiciones de lucha y sus visiones del mundo.

No puedo negar que el campamento me ha parecido impresionante. Digamos que lo más radical de muchas de las ideas que debatimos, reflexionamos y tratamos de poner en práctica, desde la reivindicación y la utopía ecologista, las vi materializadas muy coherentemente en ese encuentro. Mecanismos por doquier de trabajo colaborativo; metodologías permanentes de horizontalidad y contrapeso a desigualdades en los trabajos; una logística completamente pensada desde el reciclaje, y el uso de energías renovables y la mínima emisión de gases de efecto invernadero (baños secos, energía solar, hospedaje en tiendas de campaña, etc.), que se sostienen sobre la base de donaciones, préstamos, cuidados y redes solidarias.

El campamento también se organizó con un gran sentido feminista, cuestionando no sólo las relaciones sociales patriarcales, sino sus formas de construcción de la política y la economía. La lógica del cuidado atravesaba las actividades. Incluso recuerdo que entre las varias carpas que existían para atender los diversos ámbitos del encuentro, había una llamada “Cuidado y conciencia”, pensada para tratar abiertamente las emociones y preocupaciones de cualquier participante del campamento.

Por otro lado, la programación del encuentro articuló la promoción de diversos talleres prácticos basados en el espíritu de “hazlo tú mismo” con otros de reflexión política y teórica que permitían ampliar el nivel de profundidad. Me pareció notable la muy alta conciencia de los asistentes de la emergencia climática global en la que nos encontramos.

Podríamos decir que el campamento es un muy potente experimento para concretar, en la práctica, una democracia ecológica radical. Claro que nada es perfecto. Ni esta, ni ninguna iniciativa de este tipo tiene que serlo. Más bien la cuestión que pone sobre la mesa es tanto la posibilidad material de realización de otros mundos diferentes al dominante; como las vías y metodologías para sortear las permanentes contradicciones que se producen en el seno de procesos sociales de transformación y transiciones.

Es cierto que en el Sur Global hay experiencias inspiradoras de luchas por la consecución de modos de vida alternativos, enraizados además en las tradiciones de pueblos originarios y ancestrales. Los caracoles zapatistas o el experimento kurdo en Rojava (inspirado en la ecología social) son algunos de los referentes globales, los cuales además se desarrollan en contextos de violencia y guerra. No obstante, de estas ricas experiencias en el Norte Global es también posible aprender, y mucho. Esta idea ‘internacionalista’, este diálogo entre pueblos, es vital para el éxito de los movimientos por la justicia ambiental. Y debo reconocer que este espíritu estuvo presente en el Campamento de Acción por el Clima, sensibilizados por lo que acontece en el Sur Global, e impregnados por un horizonte descolonizador.

 

¿Por qué me debo ir de mi casa, si vivimos en una nueva era energética?” (Jens Hausner, activista contra la minería de carbón y poblador de Pödelwitz). Autor: Emiliano Teran Mantovani.

¡Todos los pueblos se quedan!

Pödelwitz es un encantador pequeño pueblo medieval, de unos 700 años de antigüedad, con hermosas casas (algunas hechas con madera) y una pequeña iglesia románica que se ha convertido en un símbolo de la aldea. Tuve la oportunidad de visitarla. En ella se realizaba una misa que hacía alusión a la resistencia de un pueblo que se niega a desaparecer. ¿Por qué?

Pödelwitz se encuentra dentro de una de las tres grandes regiones de Alemania (Lusacia) en la cual se explota carbón lignito, la forma más contaminante de este combustible fósil que además es usado para generar casi una cuarta parte de la electricidad en el país. Desde el siglo XIX se arranca de las entrañas de la tierra este mineral, y desde entonces las minas se han venido expandiendo progresivamente, tragándose bosques, tierras agrícolas y más de un centenar de pueblos.

Hoy Pödelwitz está en la mira de esta lógica extractiva y podría ser el próximo pueblo en ser engullido para obtener el lignito que está bajo su suelo. De hecho, desde 2009 esta aldea ya ha venido sufriendo un desplazamiento progresivo de su población, promovido principalmente por la empresa minera ‘Mibrag’, para la cual, según sus planes futuros, Pödelwitz deberá ser vaciada y demolida. Hasta hoy, de los más de 120 habitantes que había en la aldea, sólo quedan 26.

Jens Hausner, agricultor, activista y uno de los últimos pobladores de este pequeño pueblo, es uno de los que ha dicho ‘¡Aquí nos quedamos, de aquí no nos vamos! Reivindican su derecho a preservar su tierra, su historia, su territorio, además de plantear cruciales debates sobre el patrón energético y el cambio climático.

El inicio de esta resistencia ha supuesto tejer redes y solidaridades para que un pequeño pueblo pueda enfrentar a la globalidad del extractivismo: comienzan a comprender que no pueden gestionar su lucha solos y van integrándose a otros grupos de afectados, como los de la región de Renania (donde las minas tienen mayor escala) o incluso de Colombia; a otras organizaciones, como la Alianza por el Clima de Alemania; e incluso a políticos y comunidades de científicos.

Y desde 2018, más de mil activistas repoblan la aldea con la realización del Campamento por la Acción Climática, y van convirtiendo a la lucha en defensa de Pödelwitz en todo un emblema de resistencia en el país, e incluso en Europa. Pödelwitz refleja tanto las tensiones que provoca el apetito globalizado de la maquinaria capitalista por los combustibles fósiles, como la articulación de luchas sociales locales e internacionales en resistencia a ello. Es propiamente una aldea global.

Las rutas del carbón y la imposición permanente de zonas de sacrificio

¿Cómo se relacionan las diferentes luchas que se desarrollan en el mundo contra la extracción de los llamados ‘recursos naturales’? Esta fue una de las preguntas centrales que surgió en la mesa/plenaria sobre ‘Pueblos en resistencia’ en la que participé, y que puso en diálogo experiencias de Indonesia, Alemania y Venezuela. Me preguntaban en particular sobre la relación entre extractivismo y capitalismo, por lo que era fundamental resaltar la relación constitutiva que tuvo el expolio, el racismo y colonialidad para el desarrollo histórico capitalista en Europa.

No habría modernidad y capitalismo mundial, tal y como los conocemos, sin las minas de plata de Potosí y Zacatecas, sin la explotación del caucho en la Amazonía, del hierro de Brasil (del que Alemania es hoy uno de sus principales compradores), o del petróleo de Venezuela, por mencionar ejemplos emblemáticos. Ese patrón histórico se mantiene hasta nuestros días, aunque con variaciones propias de un sistema globalizado.

Ciertamente la noción de Norte y Sur Global es útil para construir la referencia de un sistema mundial desigual. Pero encontraba útil trata de complejizar esta geografía global de la inequidad en la que el binarismo Norte y Sur Global no es suficiente para comprenderlo. Esto podría ayudarnos a entender por qué pueblos tan diferentes, como Pödelwitz, el sub-distrito rural de Makroman, en Samarinda (Kalimantan Oriental, Indonesia, afectado por la minería de carbón), o La Guajira colombiana (donde se encuentra la enorme mina de carbón Cerrejón), han sufrido la imposición forzada de proyectos extractivos en sus territorios.

Es claro que hay diferencias, que expresan formas de jerarquía y dominación de clase, raza y género a escala internacional. Los niveles de violencia son bastante diferentes entre Pödelwitz y La Guajira, esta última marcada por el accionar de grupos irregulares armados. Los impactos socio-ambientales son comunes a todos estos emprendimientos, pero los efectos están más regulados, institucionalmente atendidos y no son tan brutales en Pödelwitz como sí ha ocurrido en Makroman y La Guajira. También los derechos laborales y salarios para los mineros son muy superiores en Lusacia (incluso, trabajar para la minera es símbolo de prestigio). Y, por supuesto, el carbón de esta región alemana es usado principalmente para el consumo interno mientras que en países como Colombia son fundamentalmente objeto de exportación (principalmente para Europa y Turquía), y configuran una economía nacional primarizada, extractivista y dependiente.

Pero lo que considero crucial comprender es que, en estas y otras experiencias similares en todo el planeta, lo que subyace es una lógica de colonización que es, ciertamente externa (es decir, que va desde los principales centros económicos del mundo hacia las periferias), pero también interna, es decir, que se produce también dentro de las fronteras de los propios países. Prácticamente todos los Estados-nación modernos se han establecido, consolidado y expandido por medio de una división geográfica de funciones de sus territorios nacionales, estableciendo espacios de privilegio, clasificaciones sociales jerarquizadas y zonas de expoliación y externalización, que básicamente responden a necesidades de acumulación permanente de capital, de captación de recursos y energía barata, y de disposición de desechos y de impactos socio-ambientales.

Lo hizo Estados Unidos desde la conquista del Oeste en el siglo XIX, pero también lo hizo Ecuador con la colonización petrolera del Amazonas en el siglo XX; lo hizo la URSS pero también Sri Lanka en torno a su economía de plantaciones y la dominación de sus minorías étnicas; lo hizo Australia pero también lo ha hecho China recientemente en el marco de su propia Revolución Industrial, lo que le permitió convertirse hoy en una potencia global. Esta lógica de externalización y expoliación es transversal a todos estos procesos descritos y, ante el agotamiento de ciclos económicos, busca siempre expandirse hacia nuevas fronteras.

Todos estos procesos comparten la formación de lo que en ecología política se denominan zonas de sacrificio. El abandono a su suerte de la población de Makroman por parte del gobierno indonesio ante la expansión de la minería corporativa de carbón, o la promoción del gobierno colombiano, por acción u omisión, de un extractivismo criminal en Cerrejón, resuenan en el testimonio de Jens Hausner, cuando me señalaba: “En Alemania no hay justicia ambiental, porque el Gobierno pone primero los intereses de las empresas antes que los de la gente”. La Guajira y Makroman son zonas de sacrificio, y Pödelwitz se está convirtiendo en una de ellas, si no se logra impedir.

Minas de carbón alrededor de Pödelwitz. Autor: Emiliano Teran Mantovani.

Dejar a los pueblos en su tierra, dejar los hidrocarburos bajo el suelo

El conflicto y las movilizaciones en torno a Pödelwitz tienen al menos dos grandes implicaciones: una política y la otra económico/ecológica.

La primera es que Pödelwitz no es sólo una ‘simpática’ resistencia de un pequeño pueblo contra los apetitos energéticos de una importante minera de la potencia alemana, sino que en el fondo encarna la cuestión fundamental sobre la soberanía popular y el derecho que tienen los pueblos a su autodeterminación: a decir NO, sin chantajes, cuando el apetito capitalista quiera avanzar hacia nuevas fronteras. Este derecho es permanentemente violado en todo el mundo, lo que refleja con claridad que hay una total incompatibilidad entre extractivismo y democracia, y por ende, entre capitalismo y democracia.

Por eso es tan importante la consigna, que desde la lucha de Pödelwitz, junto a otras comunidades afectadas por la minería de carbón, enarbolan: “¡Todos los pueblos se quedan!”. Un hermoso lema que tiene connotaciones globales para todos aquellos que se niegan a ser despojados, desplazados u obligados a migrar forzadamente de sus tierras ante los intereses económicos de unos pocos.

La segunda implicación es la económico-ecológica. La meta de extraer carbón lignito de Pödelwitz en realidad va a contrapelo a la propuesta de Alemania de dejar de usar plantas de generación de electricidad basadas en carbón para 2038 (lo que además ha hecho que el país tenga una imagen internacional de promotora de las energías limpias).

Pero la negativa de activistas y políticos de demoler Pödelwitz va más allá de esto, y es en el fondo el reflejo de un clamor del activismo global: dejar los hidrocarburos bajo el suelo y obligar a los gobiernos y empresas a tomar otras vías, a adoptar las medidas urgentes para detener el crecimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero y dar un golpe de timón que pueda evitar o mitigar el desastre que podría ocurrir en el planeta. Por eso este pequeño pueblo es un emblema.

Sin embargo, ¿y si se salva Pödelwitz? De nada servirá lograr detener proyectos hidrocarburíferos en el Norte Global, si esto va a desatar el infierno extractivista de intensificación del expolio en el Sur. Es precisamente ahí donde se necesita una mirada conjunta del problema. Interpelar a los combustibles fósiles implica hacerlo en todo lugar en el que opera en su metabolismo global; así como también con toda la cadena de valor que la compone, que va desde los lugares de extracción, pasando por aquellos donde se procesa, su transporte, hasta sus receptores (generación de energía, consumo de combustibles y de bienes de consumo producidos por la petroquímica). Esto evidencia que la conexión de las luchas es absolutamente imprescindible.

El tiempo de la acción directa

El tiempo se agota. Esta es una idea cada vez más presente en las discusiones y reflexiones. Las dimensiones de los efectos actuales, de los que probablemente ya no se puedan evitar y del escenario que se debe evitar para el futuro (que es el fin de las condiciones de vida tal y como las conocemos) nos pone ante un necesario viraje radical que deberá ser desarrollado en un muy corto tiempo. Parece que no hay desafío más grande que este.

En este sentido, la acción directa cobra una importancia central, por encima de las movilizaciones en demanda de acciones a los gobernantes. Los Campamentos por la Acción Climática parecen ser uno de los faros que marcan el camino de las luchas ambientales por venir. Camino que está siendo transitado también por otras iniciativas, comunidades, organizaciones y movilizaciones en varias partes del mundo, y que también se convierten en referencia.

Las movilizaciones en la reserva de Standing Rock (Dakota del Norte, EEUU), en Nigeria, Canadá, Grecia, el movimiento Ende Gelände en Alemania – pero también en América Latina, las resistencias campesinas en Tariquía (Bolivia), la de los indígenas Shuar y Achuar en la Amazonía ecuatoriana, y las comunidades y organizaciones kichwa en Loreto (Perú) – son ejemplos de luchas que, aunque no manifiesten explícitamente su enfoque hacia el cambio climático, están aportando mucho en ese sentido. La gran pregunta es hoy: ¿cuál será el rol de los movimientos urbanos, principalmente en el Sur Global?

Pero parece ser que la acción directa de resistencias tampoco será suficiente por sí sola. Será también necesario articular esto con una serie de prácticas y modos de vida que tributen no sólo a la construcción de una democracia ecológica radical, sino en buena medida al sostenimiento y reproducción de las condiciones esenciales de vida y al desarrollo de resiliencia social. Es en este sentido, que estos movimientos marcan el camino.

Emiliano Teran Mantovani es sociólogo venezolano, miembro del Observatorio de Ecología Política de Venezuela y participa en el Grupo de Trabajo Permanente Sobre Alternativas al Desarrollo organizado por la Fundación Rosa Luxemburg.

*Agradezco a la Fundación Rosa Luxemburg por haber posibilitado mi participación en el evento.

 

 

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