* por Gabriela Toledo y Pablo Sánchez.
El asesinato de 2 jóvenes en el contexto de una movilización estudiantil en Valparaíso (Chile) pone en evidencia, una vez más, las consecuencias de la supremacía de la propiedad privada sobre la que el estado de Chile descansa hace décadas.
El pasado jueves 14 de mayo de 2015, multitudinarias marchas por la educación – pública, gratuita y de calidad – ocuparon varias ciudades de Chile. Las movilizaciones por parte de estudiantes universitarios y de secundaria han sido habituales en Chile, especialmente desde 2011, con la intención de rechazar y presionar la modificación del sistema educacional chileno, que provee una amplia participación del sector privado respecto a la del Estado. En la actualidad, solo el 25 % del sistema educativo es financiado por el Estado, mientras que los estudiantes tienen que aportar el otro 75 %. Este sistema se gestó durante la dictadura de Augusto Pinochet a lo largo de los años 1980, hasta que se promulgó la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE), cuatro días antes de que Pinochet entregara el poder. Esta ley dejó al Estado en un rol meramente regulador, delegando así gran parte de la enseñanza al sector privado. Tras la movilización de 2006, conocida como la «Revolución pingüina», la LOCE fue reemplazada en 2009, durante el primer mandato de Michelle Bachelet, por la Ley General de Educación, que, sin embargo, no trajo cambios significativos a la ley anterior. Desde que Michelle Bachelet retomó el mandato del país en marzo de 2014, su agenda política ha asegurado facilitar la gratuidad de la educación superior. A día del jueves 14 de mayo de 2015, esto no había pasado, por lo que miles de estudiantes y profesores volvieron a manifestarse en las calles.
Esa mañana, tras la marcha celebrada en Valparaíso, dos jóvenes universitarios, Exequiel (18 años) y Diego (25 años), realizaban propaganda política en las paredes de una calle cualquiera. Tras una disputa con el propietario de la casa (o más bien, de la pared, oh! , sagrada propiedad privada) las balas silenciaron a todos. Ambos murieron, el gatillo lo jaló otro joven, el hijo del dueño de casa. El tema ha suscitado polémica, el derecho humano a la vida no se da por sentado. Desde entonces, las reacciones han sido múltiples: aunque algunos dudaban si justificar el asesinato, las calles de las principales ciudades se llenaron de actos de homenaje y reflexión respecto de la muerte de los estudiantes. El gobierno se limitó a decir que “se presentará una querella criminal contra quienes resulten responsables de estos hechos”.
Sin embargo, para quienes hemos estado tantas veces en manifestaciones, tomas, etc., aparece como necesaria la pregunta: ¿Quiénes somos los responsables de que la propiedad privada esté por sobre la vida? ¿A quiénes culpar por la violencia que explota en cualquier esquina? Al intentar contestar esta pregunta, se nos aparece la empolvada historia de una sociedad rasgada en dos. Durante la dictadura de Pinochet hubo muertes, torturas y violaciones a los derechos humanos, la imposición del miedo como fórmula para permitir las masivas privatizaciones, para dar paso a un estado neoliberal. Hablamos de una herida que hereda violencia y miedo, que para sanarla no sirven grandes operaciones policiales, ni la plaga de políticos corruptos, y menos discursos presidenciales tan vacíos e indefinidos como el del pasado 21 de mayo, irónicamente pronunciado en el mismo Valparaíso. Este círculo sin sentido no se cierra, queda como un espiral, cuando a causa del impacto de un chorro lanzaguas en las manifestaciones del 21 de mayo de 2015, Rodrigo Avilés (28 años) cae en riesgo vital, estado en el que se mantiene hasta el momento de esta nota.
Necesitamos con urgencia superar la privatización de las responsabilidades, colectivizar el futuro que hoy emerge, con todo su sentido, en la lucha por una nueva educación. Sin embargo, asimismo, hay quienes más sabios señalan un camino, el camino de la memoria el cual abre esperanzas. En estos días en el Museo de Arte Contemporáneo de Santiago está la exposición “Dibujando con sangre en el ojo” de Guillermo Núñez, un luchador, pintor, revolucionario, un artista que sufrió el exilio, la tortura y la opresión durante la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet. A días de la muerte de Diego y Exequiel visitamos la exposición, lo que nos motivó continuar los versos de Guillermo con nuestras propias palabras, las del miedo que reaparece o que quizás nunca se fue del todo.
Miedo
En una de las salas de la exposición hay un mensaje escrito en grande que dice
Cómo poder decirte que tuve miedo?
Hoy, en esa sala, había también una abuelita con sus dos nietas. Una de ellas intentaba leer el texto y repetía lentamente
coo-mo-poo-deer-deeeci-decirte- queeee
La abuela le corregía y le ayudaba a leer.
Le preguntaba, le mostraba a su nieta el miedo, el silencio, la oscuridad
y en ese acto poético cotidiano estaba Guillermo mostrándonos el miedo:
la conciencia de existir
de existir en el dolor
para rechazarlo
Para resistir, para no repetirlo nuevamente
Un Guillermo, abuelo de nos
Nosotros, apenas leyendo, apenas imaginando qué dicen sus cuadros
Hoy, justo hoy, que los cuerpos de Exequiel y Diego ya no tienen la fuerza
El movimiento necesario
Para levantar la tierra que los cubre
Ellos dos que la semana pasada estaban marchando, riendo
Amando la vida entrañablemente
Sin miedo
El sin-sentido del miedo llena de silencio las voces
El silencio no deja salir el dolor
Las calles, las paredes, las velas se llenan de un sabor amargo
La esperanza pende del hilo de la única tranquilidad que es este amor hacia ustedes
Que luchan
Que no temen
Que no conozco
Estas palabras son romper un silencio, traer a Exequiel, Diego y los que se llevaron antes. Para que nunca más el miedo. Nunca más la propiedad privada por sobre la vida.
*Gabriela Toledo y Pablo Sánchez son activistas del colectivo Viento Sur.